Miguela Sáez Ramila

Miguela Sáez Ramila, oriunda de Villabuena de Álava, nació en 1905. Casada y con un hijo residió con su familia en la casa de su tío y su tía. Poco más se conoce de su día a día, sus quehaceres, sus intereses o motivaciones.

Sin embargo, en su corta vida –falleció en 1940 a los 35 años- no sólo sufrió la guerra sino también un periodo posbélico que lejos de marcar el fin de la guerra supuso para ella el encarcelamiento y poco después su muerte.

La familia de Miguela Sáez Ramila, principalmente su marido, era simpatizante de la república si bien carecían de una afiliación sindical o política concreta.

Finalizada la guerra, en la localidad de Miguela Sáez, se realizaron registros en diversas viviendas así como interrogatorios con el fin de identificar a quienes no simpatizaban con el bando vencedor. Cualquiera que pudiera ser tildado de rojo, republicano, comunista, etc.

Sin motivo aparente la policía entró en casa de Miguela Sáez y su familia llevándose primero a la tía de ésta que permaneció detenida durante un par de semanas. Tras su liberación detuvieron a Miguela Sáez que tuvo que sufrir (igual que su tía) la vergüenza de que la raparan en pelo, técnica que representaba, además de generar vergüenza, censurar el supuesto libertinaje de las mujeres. También fue rociada con aceite de ricino, una purga para que su fuerte poder laxante depurara su “tóxico interior”.

Tras ser paseada y exhibida por el pueblo fue encarcelada el 5 de Marzo de 1938, a tenor de los que muestra la poca información existente y procedente del puesto de la guardia civil de Elciego sobre vecinos y vecinas de Villabuena de Álava.

Fue liberada aproximadamente nueve meses más tarde si bien su estado físico y anímico no le permitiría disfrutar de su libertad ya que falleció pocos meses después, el 4 de diciembre de 1940, dejando huérfano a un hijo de 13 años.

La transmisión oral de los vecinos y vecinas de la localidad en la que residió Miguela ha resultado clave para conocer su historia. Una historia que da cuenta de la vulneración de derechos que sufrieron también otras mujeres.

Monumento realizado en honor de Miguela por su nieto, Joseba Ibáñez

El nieto de Miguela Sáez, Joseba Ibáñez, es quien nos da cuenta de los hechos acaecidos. Su padre poco le contó de su abuela, probablemente por el dolor que le suponía su recuerdo, sin embargo los vecinos y vecinas de la localidad -sobre todo quienes fueron testigos de los hechos- son quienes han transmitido a Joseba Ibáñez la vivencia de su familia. Joseba matiza que en parte es una información sesgada, ya que ni el recuerdo de quienes lo cuentan ni la información que él ha retenido es siempre completa.

“Lo que me transmitió a mí mi padre fue nada. Yo sólo sabía de su madre que había muerto cuando era pequeño. No sabía ni motivos ni nada, porque era algo que él no podía contar.  No me transmitió ninguna información y lo poco que tengo es lo que cuentan los demás, visto desde cierta distancia y desde cierto tiempo. No se quedan en detalles y si alguna vez me contaron un detalle pequeño pues se te olvida también. Al final la memoria se queda con lo más grueso de las cosas. ”

Pero sin duda esta transmisión ha favorecido la recuperación de la historia de Miguela. Un paso en la recuperación de la memoria histórica y el reconocimiento de los y las que sufrieron el periodo posbélico.

“Para las familias, a veces, son periodos de su pasado que no quieren recordar, o que se recuerdan con vergüenza. Por una parte está bien que estas cosas se recojan, que haya fondos para intentar tener un recuerdo de nuestra historia, de lo que nos ha pasado. Con el ánimo de que estas cosas no se vuelvan a repetir. En estas circunstancias en las que hay poco dinero para alimentar a los vivos a mucha gente le puede parecer duro que se destine dinero a desarrollar trabajos que sólo alimentan a los muertos. Pero no sólo de pan vive el hombre. Tenemos que saber de dónde venimos y marcar nuestros objetivos y nuestro horizonte en función de cómo nos ha ido la vida”.

“Todos los recursos que se destinen a mejor la forma de nuestra vidas están bien. Y mejorar nuestra forma de vida es invertir en qué ha sido o cómo ha sido nuestro pasado (…) Para la vida tienes que tener conocimiento de dónde vives, cómo has llegado hasta ahí, quiénes vivieron antes que tú, qué sucedió, cómo sucedió, por qué sucedió. Y eso te ayudará a establecer una forma de vida un poco más justa, sin cometer tantos errores. Y eso al final supone calidad de vida”.

 

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